DA TIEMPO AL AMOR "Novedad"

DA TIEMPO AL AMOR  "Novedad"
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sábado, 3 de diciembre de 2016

En un grupo de estudio siempre te puedes encontrar con alguna alumna que sea hiper activa, pero si esta, además tiene una edad considerable, hay una pregunta que inevitablemente te haces: ¿cuántas cosas habrá hecho esta mujer en su longeva vida? Pues bien, yo me he encontrado con uno de esos casos, y ha sido ella misma quien me ha puesto en antecedentes de algunas de sus "peculiares" vivencias que comparto con vosotros. Como todas mis historias urbanas, esta también tiene su moraleja y es la siguiente: "nunca digas de esta agua no beberé por muy turbia que la veas".

UN CAMBIO DE AIRES
Corrían tiempos de cambio y en mi casa no iba a ser menos. Vivíamos en Moratalaz, un barrio de Madrid. Teníamos un buen piso con cuatro dormitorios, dos baños, una espaciosa cocina y dos terrazas, en resumidas cuentas, un pequeño latifundio urbanita. El negocio de la churrería, la única del barrio, iba viento en popa, pero al parecer eso no era suficiente para mi esposo.

EL BLOG DE MARÍA SERRALBA - UN CAMBIO DE AIRES
Mis hijos ya eran crecidos y quizá ello contribuyó a que mi esposo me formulara una extraña proposición: "Maty, ¿qué te parece si ponemos una granja?". Sin salir de mi asombro le respondí, aunque no fue con una rotunda negativa, sino más bien le argumenté que al no tener ni idea de ganado, el asunto no me parecía del todo acertado. Él me rebatió diciendo que en Calzada ya teníamos terreno asignado y estaba todo listo, así que no hubo más que discutir y allí nos fuimos.

El coche se adentró en caminos rurales, zigzagueó y terminó parando ante una pequeña construcción en mitad de la nada. "Ya hemos llegado a nuestro nuevo hogar", me dijo, y yo para mis adentros exclamé, ¡pardiez!, tal como habría dicho Don Quijote si hubiera conocido a mi "ingenioso" esposo y sus despropósitos. Según pude saber en los días sucesivos, su idea de "un cambio de aires" era ser ganadero y no de cualquier especie en general, sino de una en particular, la raza porcina. Contratamos jornaleros, compramos guarras de cría, unos cuantos lechones y cambiamos de  mover la brillante y dulce textura del chocolate, al fango donde se rebozaban los cochinos, así sin más. Quién me iba a decir que aquel cambio de aires se convertiría en poco tiempo en todo un huracán.
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Los días pasaron rápidos y entretenidos entre dar de comer a los cochinos, y atender la casa y a mi marido, parecía que me iba adaptando bien a mi nueva situación hasta que las cochinas empezaron a parir, y ahí se terminó nuestro descanso ya que teníamos que estar junto a ellas para que del peso, no aplastasen a los lechones. Sandalio, mi capatáz, llamó al veterinario para reconocer a una cochina que tenía el parto complicado, la marrana estaba enorme y parecía que iba a explotar de un momento a otro. "Aquí no hay nada que hacer. Podéis mandarla al matadero", nos aseveró antes de marcharse. Y allí me quedé yo, una mujer de ciudad con prácticas académicas de despacho, sin ningún doctorado en medicina veterinaria, y mirando a los ojos a una cerda parturienta que parecía pedirme a gritos que la auxiliara.

EL BLOG DE MARÍA SERRALBA - UN CAMBIO DE AIRES"Veamos, cerdita bonita, sé que estás sufriendo y yo soy novata en todo esto, aunque he sido madre dos veces y sé por lo que estás pasando, así que por favor, ayúdame a ayudarte". El animalito pareció entender mis palabras y cuando se tranquilizó me enfundé unos guantes de fregar, los unté de aceite de oliva, y sin pensármelo dos veces, aunque por dentro estaba muy nerviosa, me puse manos a la obra. Le hablé con amor mientras con suaves movimientos seguía hurgando en su interior y, ¡por fin! mi esfuerzo tuvo su recompensa; tras salir un lechoncito muerto, otros doce sonrosados y preciosos nacieron vivos tras él, lo cuál hizo que la madre mejorara casi al instante. Desde ese día todos los vecinos me apodaron "Maty, la matrona de cochinas". Aquellas Navidades me prometí a mí misma que no comeríamos a ninguno de aquellos lechoncitos, y la promesa la mantuve hasta que la cerda murió de vieja, tiempo suficiente para aprender a cortar los colmillos a sus numerosas crías, el rabo y ponerles el hierro.

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Por amor me embarqué en una aventura que en aquel tiempo pensé me iba a costar la vida y fue mi amor por los animales quien hizo que ayudara para que la vida surgiera de ellos. Todavía recuerdo aquellos tiempos con cariño e incluso con cierta nostalgia y, a pesar de todo, nunca me arrepentí de ello.

@Relato de Matilde Verdugo (alumna de T.E.C.A.),
adaptado por María Serralba

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