DA TIEMPO AL AMOR "Novedad"

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sábado, 14 de enero de 2012

On 11:43:00 by MARÍA SERRALBA   Sin comentarios
Creo, amigos, que, en este caso, sobran las palabras. Les invito a que lean este bello y desgarrador relato que un amigo ha querido compartir en "SECRETOS DE ESCRITORIO".

Estimada María, mi nombre es Vladimiro y soy español. Me gustaría aprovechar su espacio para compartir con todos ustedes mi historia, la cual escribo día tras día en la sencilla mesa que, a modo de escritorio, hice que me instalaran en mi habitación, de la cual no salgo desde hace años aquejado de una enfermedad.

Cuando mi padre me puso al nacer el nombre de Vladimiro, en honor de su ferviente ídolo político Vladímir Ilich Uliánov "Lening", nada hizo sospechar que aquel acto fortuito podría marcar el rumbo de mi vida.

Al desencadenarse la Guerra Civil en España, como sabrán, muchos niños fuimos separados de nuestras familias y alejados de las zonas en conflicto para salvar nuestras vidas, yo fui uno de ellos. Aunque un tanto mayor con respecto al resto, a pesar de contar apenas catorce años, fui enviado a Rusia junto a otros tantos niños y niñas que estaban en la misma situación que yo. Nuestra llegada al "país de las nieves eternas" como empezamos a llamar a aquel inhóspito lugar, donde ni la lengua ni la cultura era parecida a la nuestra, fue toda una aventura, alojándonos a nuestra llegada en un lugar más parecido a un palacio que a una casa. Lo primero que nos sorprendió, fue que muchos de nosotros nunca habíamos visto una biblioteca, y mucho menos como aquella, donde cientos de libros con preciosas encuadernaciones, se apilaban unos junto a otros a la espera de que alguien les echara una ojeada. Al principio nos pusieron profesores de lengua castellana y tuvimos clases diarias en las que se leía como librillo de prácticas a los grandes de la literatura española como: Francisco de Quevedo, Garcilaso de la Vega o Calderón de la Barca entre otros, los cuales habían viajado con nosotros, envueltos en papel de estraza, dentro de las maletas de nuestros profesores españoles. Al cabo de un año, ya empezábamos a leer un poco en ruso y a los dos años, todos sabíamos hablar perfectamente aquella extraña lengua, lo cual hizo que nuestros maestros españoles ya no fuesen necesarios y regresaran a sus ciudades de origen. ¡Ya somos rusos!, nos dijimos, aunque seguíamos echando mucho de menos a nuestros familiares y amigos.

En Rusia di mi primer beso a una chica, conocí el amor, y terminé casándome con una muchacha bilbaína de la cual tengo un hijo que se llama igual que yo, Vladimir y que ahora vive allí, en Moscú. Rusia me dio cultura, amor y esperanza, consiguiendo alcanzar una carrera de ingeniería que en mi país nunca hubiera sido posible bajo la precaria situación social y sobre todo, económica en la que vivían mis padres.

Pasaron veintidós largos años y a los 36 de edad volví hecho un hombre de nuevo a mi país y a mi cuidad natal. Nada y todo había cambiado. Todavía recuerdo el cortejo de bienvenida en la estación; mis padres -casi unos ancianos-, mi hermano -al cual no conocía debido a que nacería algunos años después que yo partiera-, y ningún amigo de la infancia, todos habían desaparecido o fallecido debido a la guerra. Después de aclimatar mis ojos a los colores de la primavera y mi piel, al calor del sol del medio día de mi tierra, al fin pude conseguir sentirme de nuevo en casa, a pesar de ello, todavía hoy, a mis 90 años, en ocasiones me pongo a leer sobre mi escritorio los viejos libros en ruso de tapas descoloridas que pude traerme entre mi escaso equipaje, como un preciado tesoro. El oler sus hojas trae a mi mente los recuerdos de aquella época, de aquel lugar y la añoranza de mis padres, cuyo amor por mí fue tan grande que prefirieron alejarme de su lado para que yo pudiera tener una vida, una esperanza y un futuro.

Gracias María por brindarme su espacio para contar mi relato y reciba un cordial saludo.

Vladimiro, un niño de la guerra.

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