miércoles, 17 de septiembre de 2014
Hace unos días iba caminando por la calle y, casualmente, pasé junto a una mujer y un hombre que hablaban en la misma acera. Él, mantenía un tono jovial, podría decirse que incluso bromista mientas que, el de ella, sonaba amable pero sin excesos. Durante el breve espacio de tiempo que coincidieron mis pasos al cruzar por donde ellos se encontraban, un fragmento de su conversación llegó hasta mis oídos, aunque tan solo una parte de esta, me llamó poderosamente la atención, de hecho, me suscitó una incógnita que he creído conveniente plantearos, a ver cuál es vuestra opinión al respecto. Os transcribo, tal cual, el fragmento del diálogo, así sabréis a lo qué me refiero.
-¡Buenos tardes!, cuñadita. ¿No me digas que ya has salido del trabajo? -Le escuché decir al hombre con cierta extrañeza en su tono de voz, mientras que consultaba su reloj de muñeca para comprobar qué hora era. Al parecer, la jornada laboral de la mujer finalizaba a las siete de la tarde -por lo que pude deducir tras escuchar el resto de la conversación-, y en ese instante eran las cinco y media.
-No, lo que sucede es, que he tenido que salir un poco antes -le respondió ella sin más.
-Pero... ¿sigues trabajando donde siempre? -le consultó él con interés.
-Si, todavía estoy en ese almacén -le respondió ella, girando sobre sus talones para darle la espalda mientras se dirigía calle abajo a la hilera de vehículos aparcados, justo en la misma acera. Cuando llegó ante un Seat Ibiza de color blanco, se paró y sacó unas llaves de su bolso. El hombre seguía tras sus pasos.
-¿A caso te han cambiado el horario de tardes? -Le volvió a insistir él. Se notaba que quería continuar con la conversación o bien, averiguar algo más sobre la vida de la otra persona.
-No, lo que sucede es, que he tenido que salir un poco antes -le respondió ella sin más.
-Pero... ¿sigues trabajando donde siempre? -le consultó él con interés.
-Si, todavía estoy en ese almacén -le respondió ella, girando sobre sus talones para darle la espalda mientras se dirigía calle abajo a la hilera de vehículos aparcados, justo en la misma acera. Cuando llegó ante un Seat Ibiza de color blanco, se paró y sacó unas llaves de su bolso. El hombre seguía tras sus pasos.
-¿A caso te han cambiado el horario de tardes? -Le volvió a insistir él. Se notaba que quería continuar con la conversación o bien, averiguar algo más sobre la vida de la otra persona.
-No, ya te he dicho que sigo haciendo lo mismo de siempre, pero hoy me ha surgido un imprevisto y por eso he tenido que salir antes de hora.
La respuesta de la mujer empezaba a carecer del tono amistoso del principio, ahora, se notaba que el interrogatorio de aquel hombre la estaba incomodando y quería finalizarlo cuanto antes, así que nada más responder a su interlocutor, entró en su vehículo y abrió las ventanillas.
-¡Vaya!, las hay con suerte -oyó decir al hombre antes de observar que este se inclinaba y apoyaba sus brazos sobre su ventanilla-. Se nota que eres una enchufada, o..., que algún jefe te quiere mucho -le escuchó decir arrastrando las palabras con intención-; yo también trabajé allí, aunque nunca me dieron permisos cuando me apetecía.
La mirada de la mujer no daba pie a la duda, aquel último comentario le había molestado y mucho, pero se contuvo. El hombre, sin embargo, seguía mirándola sonriente desde su posición. se notaba que aunque ella lo desease, él, todavía no había terminado su interrogatorio, así que ella optó por no hacerle caso, en su lugar, abrió su bolso, tomó las gafas de sol y se las puso, se ajustó el cinturón de seguridad y, acto seguido, arrancó el motor, aunque no pudo iniciar todavía la marcha ya que aquel individuo seguía semi asomado por su ventanilla. Mientras, yo, me entretenía atándome las cordoneras de mis deportivas que fortuitamente se habían desatado al mismo tiempo, hecho que me permitió escuchar hasta el final de la conversación.
-Te iba a invitar a un café, cuñadita, pero como veo que tienes mucha prisa, mejor, lo dejaremos para otro día, eso sí, cuando veas al sinvergüenza de mi hermano, dile que, a ver si viene un día por casa, y nos trae también a los niños, que hace tiempo que no los vemos.
-Pues... qué casualidad, ahora que lo mencionas, al que no suelo ver últimamente por casa es a tu hermano, según él os deja a los niños en casa todas las tardes, después de recogerlos de la escuela. Cuando le veas, cu-ña-di-to, le dices de mi parte, que por mí, puede seguir viéndose con la monitora del gimnasio; que por su culpa he tenido que volver a salir antes de hora del trabajo y, que es la última vez que le recojo a los niños, cuando le toca a él, y ya va tres en este mes las veces que se le ha olvidado ir al colegio a por ellos.
Dando por finalizada la conversación, la mujer aprovechó que el hombre se separaba del vehículo para cerrar la ventanilla e iniciar la marcha. Tras ella dejaba al individuo en cuestión, con cara de sorpresa, e intentando asimilar el cúmulo de mensajes subliminales que su "cuñadita" le había lanzado como dardos envenenados, en una milésima de segundo.
Mis preguntas son las siguientes, y me gustaría conocer vuestra opinión:
1.-¿Hay algún tipo de amonestación legal aplicable a aquellos padres que, por negligencia, dejan olvidados a los niños en las escuelas?
2.- ¿Cómo se afrontan los traumas psicológicos de esos pequeños que, una vez tras otra, se quedan solos en los patios de las escuelas, o en los despachos de sus tutores, esperando a unos padres que nunca llegan y, si lo hacen, encima les regañan por que el niño no les había recordado que ese día les tocaba a ellos recogerlo?

Las secuelas, que experiencias como estas dejan en la memoria de los pequeños, aparentemente sin importancia, la tienen y mucho, por lo general suele traducirse en mensajes aterradores como por ejemplo: "mis padres no me quieren", o, "a mis padres les molesto, por eso no vienen a recogerme", creando a los niños la falsa percepción de que en su entorno están de más.
Desgraciadamente en España este tipo de sucesos es más habitual de lo que pensamos, sobre todo es empleado entre adultos, -en proceso de separaciones y divorcios-, con el único fin de venganza y herir a su ex pareja, pero... ¿por qué ha de ser el niño quién sufra en silencio este tipo de acciones? Una cosa es confundir un horario de autocar, o, de comedor, o no acordarse de que tu hijo ese mismo día vuelve antes a casa, y otra muy distinta, anteponer otros menesteres a las obligaciones como progenitores.
Un niño no es una mascota que se le saca a pasea, o se la deja en casa de un vecino cuando a uno le molesta, para que te lo aguanten. Un hijo es parte de ti, es tú responsabilidad al igual que lo es su enseñanza. Los profesores hacen su labor docente pero eres tú la pieza fundamental para que ese niño, cuando sea ya un adulto, tenga claro cuáles van a ser los valores primordiales por los que ha de luchar en un futuro, los mismos que en su día transmitirá a su descendencia.
Si te ha hecho recapacitar este artículo, déjanos al pie un comentario. Compartir tu opinión nos abre las miras a todos. Gracias.
La respuesta de la mujer empezaba a carecer del tono amistoso del principio, ahora, se notaba que el interrogatorio de aquel hombre la estaba incomodando y quería finalizarlo cuanto antes, así que nada más responder a su interlocutor, entró en su vehículo y abrió las ventanillas.
-¡Vaya!, las hay con suerte -oyó decir al hombre antes de observar que este se inclinaba y apoyaba sus brazos sobre su ventanilla-. Se nota que eres una enchufada, o..., que algún jefe te quiere mucho -le escuchó decir arrastrando las palabras con intención-; yo también trabajé allí, aunque nunca me dieron permisos cuando me apetecía.
La mirada de la mujer no daba pie a la duda, aquel último comentario le había molestado y mucho, pero se contuvo. El hombre, sin embargo, seguía mirándola sonriente desde su posición. se notaba que aunque ella lo desease, él, todavía no había terminado su interrogatorio, así que ella optó por no hacerle caso, en su lugar, abrió su bolso, tomó las gafas de sol y se las puso, se ajustó el cinturón de seguridad y, acto seguido, arrancó el motor, aunque no pudo iniciar todavía la marcha ya que aquel individuo seguía semi asomado por su ventanilla. Mientras, yo, me entretenía atándome las cordoneras de mis deportivas que fortuitamente se habían desatado al mismo tiempo, hecho que me permitió escuchar hasta el final de la conversación.
-Te iba a invitar a un café, cuñadita, pero como veo que tienes mucha prisa, mejor, lo dejaremos para otro día, eso sí, cuando veas al sinvergüenza de mi hermano, dile que, a ver si viene un día por casa, y nos trae también a los niños, que hace tiempo que no los vemos.-Pues... qué casualidad, ahora que lo mencionas, al que no suelo ver últimamente por casa es a tu hermano, según él os deja a los niños en casa todas las tardes, después de recogerlos de la escuela. Cuando le veas, cu-ña-di-to, le dices de mi parte, que por mí, puede seguir viéndose con la monitora del gimnasio; que por su culpa he tenido que volver a salir antes de hora del trabajo y, que es la última vez que le recojo a los niños, cuando le toca a él, y ya va tres en este mes las veces que se le ha olvidado ir al colegio a por ellos.
Dando por finalizada la conversación, la mujer aprovechó que el hombre se separaba del vehículo para cerrar la ventanilla e iniciar la marcha. Tras ella dejaba al individuo en cuestión, con cara de sorpresa, e intentando asimilar el cúmulo de mensajes subliminales que su "cuñadita" le había lanzado como dardos envenenados, en una milésima de segundo.
Mis preguntas son las siguientes, y me gustaría conocer vuestra opinión:
1.-¿Hay algún tipo de amonestación legal aplicable a aquellos padres que, por negligencia, dejan olvidados a los niños en las escuelas?
2.- ¿Cómo se afrontan los traumas psicológicos de esos pequeños que, una vez tras otra, se quedan solos en los patios de las escuelas, o en los despachos de sus tutores, esperando a unos padres que nunca llegan y, si lo hacen, encima les regañan por que el niño no les había recordado que ese día les tocaba a ellos recogerlo?

Las secuelas, que experiencias como estas dejan en la memoria de los pequeños, aparentemente sin importancia, la tienen y mucho, por lo general suele traducirse en mensajes aterradores como por ejemplo: "mis padres no me quieren", o, "a mis padres les molesto, por eso no vienen a recogerme", creando a los niños la falsa percepción de que en su entorno están de más.
Desgraciadamente en España este tipo de sucesos es más habitual de lo que pensamos, sobre todo es empleado entre adultos, -en proceso de separaciones y divorcios-, con el único fin de venganza y herir a su ex pareja, pero... ¿por qué ha de ser el niño quién sufra en silencio este tipo de acciones? Una cosa es confundir un horario de autocar, o, de comedor, o no acordarse de que tu hijo ese mismo día vuelve antes a casa, y otra muy distinta, anteponer otros menesteres a las obligaciones como progenitores.
Un niño no es una mascota que se le saca a pasea, o se la deja en casa de un vecino cuando a uno le molesta, para que te lo aguanten. Un hijo es parte de ti, es tú responsabilidad al igual que lo es su enseñanza. Los profesores hacen su labor docente pero eres tú la pieza fundamental para que ese niño, cuando sea ya un adulto, tenga claro cuáles van a ser los valores primordiales por los que ha de luchar en un futuro, los mismos que en su día transmitirá a su descendencia.
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martes, 16 de septiembre de 2014
Hola chic@s. ¿A qué no sabéis quién soy? Me llamo Mili, aunque mi hermana gemela, Pili, ya os habrá hablado de mí; espero que bien. Aunque somos gemelas no somos idénticas. yo soy un poco más alta que ella por que durante la fabricación, a mí me pusieron un taco de frenar mucho más chuli que el de mi hermana -hecho que todavía no me ha perdonado-, y eso, que llevamos toda la vida juntas, pero creo que eso lo lleva en la sangre, me refiero a lo de ser rencorosa de narices, clavadita a nuestro padre, que sirvió en el ejército como bastón de mando de un importante general.
Para que veáis lo rencorosa que es, sin ir más lejos, el día que nos terminaron y, a la vista de lo monísima de la muerte que había quedado yo y, lo bien, que, a secas, había quedado ella, cuando nos subieron en un camión para transportarnos al almacén distribuidor, ni corta ni perezosa, mi hermana no me dejó quitarme el plástico con el que íbamos envueltas, durante todo el trayecto, en tal de que nadie me viera, así que, casi me muero por asfixia. En otra ocasión, cuando nos pusieron en el escaparate, junto a otros artilugios para facilitar la movilidad de las personas con problemas, no sé cómo se las ingenió, pero justo en el momento que el dependiente nos iba a poner en el suelo, con nuestros palos cruzados, que es como mejor lucimos, hizo que este se tropezara con mi palo, cayendo ella justo encima mía. Me tocó aguantarla durante dos largas semanas hasta que, al fin, nos compraron, eso sí, nada más perder de vista la tienda y, al dependiente, que por cierto estaba buenísimo, le advertí que, o se ponía a dieta inmediatamente, o la próxima vez sería yo la que cayera sobre ella y la chafaría con ganas.
Volviendo a, quién es quién, deciros, que mientras que mi hermana es un poco fantasiosa, a mí, sin embargo, me gusta saber dónde piso, por cierto, hablando de pisar, hoy seré yo la que os cuente nuestra siguiente experiencia con María Serralba, nuestra excéntrica escritora y a su vez paciente, no de paciencia, sino de enferma, ya que la paciencia sigue brillando por su ausencia en esta persona.
"Cómo decíamos ayer..." Tranquilos, que no voy a remontarme a la época de Fran Luis de León, y mucho menos haceros ir a la Universidad de Salamanca, aunque no me vendría nada mal un viajecito, eso sí, en solitario, para desconectar de la cenizo de mi hermana, en verdad tan solo quería haceros memoria de las peripecias del primer día que pasamos con María, pues bien, el segundo día, nada más salir el sol, nos dimos cuenta inmediatamente que prometía y mucho.
Conforme la vamos conociendo, esta mujer nos da la sensación de que en lugar de cerebro lo que tiene es un programador dentro de su cabeza, lo digo, porque nada más despertarse, hizo uso de nosotras para ir al wc, aunque nos dejó aparcadas en la misma puerta y la cerró tras ella con un portazo. A partir de ese instante solo escuchamos brincos, ruidos, dos quejidos acompañados de dos palabras malsonantes, y el sonido del agua al vaciarse la cisterna. Al salir, nuestra amiga tenía cara de pocos amigos, se había pegado con el pomo de la puerta, y en su brazo izquierdo aparecía la primera muesca de la encarnizada batalla que había tenido lugar en el wc minutos antes, pero incluso con todo y con eso, nos cogió fuertemente con ambas manos y empezó a intentar andar con nosotras por la casa. Habéis visto alguna vez "Le cirque du soleil", donde sabes que la entrada te cuesta un dineral, pero hasta que no comienza el espectáculo no sabes lo que van a ofrecerte, pues bien, lo mismo sucede con María, pero a eso tenéis que añadir que los malabarismos son sin red.
Y nos adentró en el maravilloso y plácido mundo de la cocina. Un rectángulo de considerables dimensiones donde María parecía moverse a sus anchas, eso, antes de tener que utilizarnos a nosotras para sus desplazamientos. Ahora, sin embargo, parecía que le estorbábamos, ya que nos iba dejando en alguna aparte mientras que, con la mano libre, se apoyaba en la encimera de granito de la cocina para impulsarse con mayor fuerza, así pues, de la noche a la mañana nos vimos trabajando a tiempo parcial, cosa que no nos hizo ninguna gracia ni a mi hermana ni a mí.
-¡Mamá!, ¿quieres que te lleve el sillón de ruedas del escritorio?
Una voz masculina, la cual odiábamos considerablemente desde hacía ya tiempo, le gritó desde la lejanía esta curiosa sugerencia y María, al instante, acepto. El ruido de unos rodillos de goma llegaban hasta nosotras amenazantes y, con ellos, anexo, una silla con respaldo pendulante; era la butaca del estudio de María. Aquel objeto, súbitamente había cambiado de entorno, ahora formaba parte del mobiliario de la cocina y se había integrado en él a la perfección, pero... ¿y nosotras?, ¿qué iba a ser de mi hermana Pili y de mi a partir de ese instante?
Con nuestros ojos fuera de las órbitas y apoyadas de mala manera sobre la mesa de la cocina, donde minutos antes María nos había dejado, vimos como nuestra inquisidora era poseída por la pasión a la velocidad. Ayudándose por los asideros de las puertas, sentada sobre aquel artilugio maligno, se desplazaba de parte a parte del lugar sin miedo alguno. Habíamos sido relegadas a un segundo plano por la llegada de la tecnología y no había vuelta atrás. Inmediatamente, mi hermana y yo nos miramos con ojos felinos, y eso solo quería decir una cosa, que había que ingeniar un plan "B".
-Hay que fraguar algún plan para que María vuelva a contar con nosotras -le dije a mi hermana.
-¿La matamos a palos? -me respondió ella sin inmutarse, como siempre, tan extremista.
-No seas bestia, Mili, lo que hay que ver es la forma de que vuelva a confiar en nosotras.
-Pues eso, lo que yo te he dicho, nos caemos las dos de golpe encima de ella y verás que rápido se da cuenta de que con nosotras no se juega.
-Anda, anda, mujer, no digas estupideces, se nota que no te ha sentado nada bien el ver a tu amiga con la Ángela Merkel.
-Pues no, la verdad es que no me ha hecho nada de gracia. La muy zorrona me dijo que le dejase mi último abalorio de cristales, ya que iba a acompañar a Kristen Stewart, la de Crepúsculo, por la alfombra roja, y que luego me contaría todo lo de la Gala de los Oscars, pero en vez de eso, la tía se me va de viaje diplomático y ¡nada menos que a Alemania! y encima, con todos los gastos pagados, será cara. No hay derecho.-Bueno, no te agobies, ya pensaremos en algo.
-Y si..., mientras ella va andando, una de nosotras nos nos encogemos y se da un morrón contra el suelo, seguro que lo conseguimos.
-Pero chica, que parte de la palabra "confianza" no has entendido. ¿Tú crees que propinándole una caída podría confiar en nosotros? Mira que estás mal de la cabeza, hermanita.
A partir de ese instante vivimos en un sin vivir, como decía Santa Teresa de Jesús. Por las mañanas María nos coge durante unos minutos, hasta que se mete en aquel recinto de velocidad y pierde el interés por nosotras. De hoy a mañana algo se nos ocurrirá. Ahora, de momento, volvemos a descansar asomadas a la terraza, como todas las tardes, mientras ella saborea su té y escribe a sus amigos del Facebook.
lunes, 15 de septiembre de 2014
En ocasiones los turistas solemos pasar de largo sin prestar la debida atención a las pequeñas cosas que, por lo general, muchas veces son las más importantes. Nuestros ojos están tan habituados a admirar objetos brillantes y recargados de florituras, que una simple cueva escavada en la montaña, era un punto insignificante para nuestra atención, pues bien, qué casualidad, precisamente aquel agujero mugriento y oscuro, semi oculto por la maleza, era la clave que daba origen a las historias que tuvimos el placer de escuchar de boca de nuestras guías, y digo "placer", por que en verdad fue de las explicaciones más extensas y detalladas que nunca había oído, en territorio español, sobre monumentos.

Como suele suceder en las historias, detrás de cada una, además de los hechos verídicos, también existen las leyendas. En el Monasterio de Suso se mantiene viva la de Los Siete Infantes de Lara.
El Monasterio de Suso, fue uno de los centros espirituales más importantes de Castilla.
El cenobio de San Millán, donde aparece su figura yacente ataviado con la vestimenta sacerdotal visigótica, fue construido aprovechando la misma oquedad donde el ermitaño realizaba sus plegarias. En este mismo lugar realizaba sus pláticas y era seguido por sus cuatro discípulos, dos mujeres y dos hombres, pero debido a sus múltiples acciones calificadas como milagrosas, fue adquiriendo mucha fama en el lugar y alrededores, y tuvieron que ampliar el templo, de ahí que contenga elementos de distintas épocas, ya que se fue ampliando en el transcurso de varios años.
En otro emplazamiento se conservaba, tras una urna, un osario. Los restos humanos eran originales de los primeros enterramientos y los hallados en el transcurso de las excavaciones para las labores de restauración.
sábado, 13 de septiembre de 2014
viernes, 12 de septiembre de 2014
Está claro que cuando alguien te crea para que cumplas una misión, no espera que esta sea de tu agrado, sino más bien que la cumplas sin más y, sobre todo, sin rechistar, o, al menos, eso es lo que se espera de unas simples muletas como nosotras, pero antes de proseguir nuestro relato pemitid que nos presentemos, somos Pili y Mili, las muletas de María Serralba. Desde hace unos días compartimos piso con esta escéntrica de la escritura y ni os imagináis que supone eso.
El día que vinieron a recogernos estábamos super relajadas. Hacia algunos años que nos habían relegado casi al olvido, tras haber hecho las delicias de un niño impulsivo que no hacía más que subir y bajar escaleras a toda velocidad, sin tener en cuenta que, nosotras, estábamos allí precisamente para ayudarle y no, para que aporrease contra el suelo nuestras partes blanditas cada vez que nos cogía desprevenidas, pues bien, tras su mejoría ¡al fin! nos dieron vacaciones, pero vaya vacaciones mas cutres. Desde entonces, ya hace muchos años de ello, hemos permanecido afincadas en una planta baja de una casa antigua, junto con varias cajas de cartón, rotuladas por todas partes con letras mayúsculas indicando su contenido, sin nadie que nos limpiara el polvo, ni nos sacase al exterior a dar una vueltecita. Una completa injusticia. Menos mal que los milagros existen y de repente, nuestras plegarias fueron escuchadas, aunque más tarde nos arrepentiríamos de ello.
"¡Cristiano Ronaldo!", exclamé yo excitada...
Una mañana soleada de septiembre, vimos aparecer una sombra en la habitación donde nos encontrábamos. ¡Un humano!, susurró Mili. ¡Cristiano Ronaldo!, exclamé yo, excitada ante la posibilidad de ver hecho realidad mi ansiado sueño de siempre, que CR me abrazara con sus musculosos brazos. Pues no, estaba claro que no teníamos suerte, efectivamente lo que entró era humano, pero... ¿a qué no adivináis quién era? pues nada menos que aquel niño que tanto nos había hecho padecer, aunque ahora estaba muy cambiado. Su estatura se elevaba hasta el techo y estaba lleno de pelos por todas partes, hasta en la cara, ¡Dios Santo!, que horror. Efectivamente nuestro inquisidor había crecido, se había convertido en un hombre y, ahora, ¡venia a por nosotrasss!
Siempre hablan del temor del enfermo ante la incertidumbre de saber si volverá o no a andar, pero... ¿y del temor de la muleta? nadie habla nunca de ese miedo y lo tenemos, ¡vaya si lo tenemos!, pues bien, ese temor se iba a hacer latente en el momento que topásemos con nuestra nueva fustigadora, María.

Nuestra querida amiga María -y decimos "querida" por lo bajinis por si nos está escuchando-, se hizo una rotura gemelar. Dicen que es muy dolorosa y requiere tiempo y paciencia, mucha paciencia, cosa que, por lo que hemos visto hasta ahora, ella no tiene, así que mi hermana Mili y yo estamos pasando por un auténtico calvario.
Nada más poner los pies en su casa vimos la cara de horror de María, al tiempo que la escuchamos decir a los que la rodeaban que ella, no estaba por la labor de llevar muletas, que aquello era una total complicación, y que le habían frenado en seco la actividad. ¡Que alegría! ¡Que felicidad más grande! no vamos a tener que hacer nada -nos dijimos mi hermana y yo convencidas-, así que decidimos relajamos un poco a la espera de nuevos acontecimientos.
Esa misma mañana María nos cogió y empezó a practicar por el largo pasillo de su casa. Todavía no controlaba el impulso, y poco más y cae de bruces contra el suelo. Mi hermana Mili y yo nos desternillamos de la risa mientras pensamos lo torpe que era aquella mujer. Para nuestra sorpresa no se amilanó y volvió a retomar las prácticas. Paso, muleta, paso, dos muletas, ¿paso, paso, muleta muleta? Algo no cuadraba. Al menos con ella no estábamos aburridas, así que seguimos dejándola hacer, y contemplando como luchaba con una de nosotras mientras a la otra, la dejaba tirada por cualquier parte de la casa para luego, tras verse impotente, volver a por ella refunfuñando entre dientes y a la pata coja. Se notaba que de niña había jugado bastante a este juego llamado "tranco", ya que, poco más y prescinde de nosotras, pasándose todo el día brincando como un canguro de un sitio a otro de la casa.
Nuestra jornada laboral continuó, al tiempo que seguíamos escuchándola resoplar, maldecir y acordarse de casi todo el santoral a cada intentona que hacía, sin embargo, llegada la tarde, fue sentarse en su silla de escritorio y, como si se tratara de un bálsamo de aceite, empezó a saborear un humeante té y, repentinamente, sus protestas cesaron. ¡Milagro!, ¡milagro!, esto es un verdadero milagro, pensamos mi hermana y yo. ¡Uf!, que alivio, vaya plasta de tía nos había tocado, aunque, en parte, nos daba un poco de pena. Era tan evidente que era la primera vez que le pasado algo parecido, que, la pobre, luchaba con todas sus fuerzas para que aquello no cambiara su ritmo cotidiano, pero era inevitable, nosotras ya habíamos visto esas primeras reacciones de impotencia e inconformismo en otros enfermos y, ella, no iba a ser diferente, así que viéndola tan centrada ante su ordenador, mi hermana y yo aprovechamos para desconectarnos por un momento de nuestra inquisidora, y seguir cotilleando por el balcón, donde María nos había dejado "aparcadas" minutos antes."¡¡Por fin!! un poco de aire fresco", me dijo Mili, respirando profundamente la brisa que se colaba por la ventana del despacho de María. "¡Y sol!", le respondí yo.
CONTINUARÁ...
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